¡Salve, ruinas solitarias, sepulcros sacrosantos, muros silenciosos! ¡Yo os invoco! ¡a vosotros dirijo mis plegarias! ¡Sí! ¡al paso que vuestro aspecto rechaza con terror secreto las miradas del vulgo, mi corazón encuentra al contemplaros, el encanto de los sentimientos profundos y de las ideas elevadas! ¡Cuántas útiles lecciones, cuántas reflexiones patéticas o enérgicas ofrecéis al espíritu que os sabe consultar! ¡Cuando la tierra entera esclavizada enmudecía delante de los tiranos, vosotros proclamabais ya las verdades que detestan; y confundiendo las reliquias de los reyes con las del último esclavo, atestiguabais el santo dogma de la IGUALDAD! En vuestro tétrico recinto es donde yo, amante solitario de la LIBERTAD, he visto aparecer su genio, no tal como se le representa el vulgo insensato, armado de antorchas y puñales, sino con el aspecto augusto de la justicia, teniendo en sus manos la balanza sagrada en que se pesan las acciones de los mortales en las puertas de la eternidad.
"Las ruinas de Palmira", por el Conde de Volney, 1757-1820.
Fotografía de Esteban Moreno (Ruinas de Palmira. Siria)
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