miércoles, 17 de diciembre de 2008

LAS LUCES DE SEPTIEMBRE de Carlos Ruíz Zafón


Resumen:


Cuando Simone Sauvelle, madre de Irene y Dorian, acepta una oferta de trabajo como ama de llaves en un pequeño pueblo de la costa de Normandía, ella comienza a creer que por fin, tras la muerte de su esposo, le sonríe la fortuna. Junto a sus hijos queda fascinada por Cravenmoore, la maravillosa finca donde se instalan, y por su propietario, Lazarus Jann, inventor y fabricante de juguetes y autómatas que cuida con veneración de Alexandra, su esposa. En Bahía Azul Irene entablará amistad con Hannah, la cocinera del castillo, y se enamorará de su primo Ismael, un joven pescador, solitario y apasionado por el mundo de la navegación que le hará descubrir los misterios de la isla del faro abandonado. Pero muy pronto una sombra llena de odio y venganza regresará del pasado para recuperar aquello que fue suyo y para impedir que Lazarus y los Sauvelle puedan vivir plenamente el amor y la felicidad.


Fragmento:


"Los dos muchachos se detuvieron frente a las compuertas de lanzas que franqueaban el paso hasta el jardín, contemplando aquella visión hipnótica. Envuelta en aquel manto de luz, la silueta de Cravenmoore parecía todavía más siniestra que en la oscuridad. Los rostros de decenas de gárgolas afloraban ahora como centinelas de pesadilla. Pero no fue esa visión la que detuvo sus pasos. Algo más flotaba en el aire, una presencia invisible e infinitamente más escalofriante. Los sonidos de decenas, de cientos de autómatas moviéndose y desplazándose en el interior de la mansión se filtraban en el viento; la música disonante de un tiovivo y las risas mecánicas de una jauría de criaturas ocultas en aquel lugar. Ismael e Irene escucharon paralizados la voz de Cravenmoore durante unos segundos, rastreando el origen de aquella cacofonía infernal hasta la gran puerta principal. La entrada, ahora abierta de par en par, escupía un vaho de luz dorada tras la cual las sombras palpitaban y danzaban al son de aquella melodía que helaba la sangre. Irene apretó instintivamente la mano de Ismael y el muchacho le dirigió una mirada impenetrable." (pp. 272-273)

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