lunes, 23 de noviembre de 2009

Al final de la escalera

En una pequeña ciudad situada al sur de Francia llamada Sorde, habitaba una humilde familia que, al parecer, no estaba viviendo sus mejores días.
Emma era la hija mayor y la que, en ese momento, prefería más morir que vivir a causa de sus desdichas.
Nadia era la hermana menor de Emma, mucho más presumida y coqueta que ella y al ser más pequeña, con 4 años que tenía, no entendía muy bien aún lo que allí estaba pasando.
Martine era la madre y la que más sufría con aquella situación viendo cómo sus hijas no podían levantar cabeza y deambulaban por los pasillos como si fueran zombies.
El motivo de la maldición de esta familia y la razón de que estuvieran todas tan infelices, era la reciente pérdida del hombre de la casa Charles, padre de las niñas y difunto esposo de Martine.
Tras 3 años intentando rehacer sus vidas, Martine tuvo su primera cita formal con Antonie un hombre muy atractivo que podía ser un gran candidato para retener su corazón. Parecía que todo había salido bien, y así fue por lo que decidieron volver a quedar juntos.
Emma sentía todos los días la presencia de su padre que le acompañaba todas las noches antes de dormir, al igual que su hermana Nadia.
Una tarde Nadia y Emma se quedaron solas en casa mientras Martine estaba en una de sus citas con Antonie. Ellas estaban viendo la televisión cuando empezaron a oír pasos en la planta de arriba. No tenían muy claro quien podría andar ahí, así que Emma, que era muy valiente, decidió acercarse sigilosamente a los pies de la escalera y escuchar alguna pista.
Volvió a escuchar más pasos y después las teclas del ordenador. Emma se encaminó hacia la cocina y cogió el cuchillo más grande que tenía para poder subir y proteger a su hermana de quien allí pudiera estar.
Subió las escaleras descalzas para evitar hacer el mínimo ruido y rastreando con la mirada poco a poco cada rincón de la habitación a la que daban éstas. Comenzó a rozar el cuchillo por las cortinas, la colcha de la cama aún desecha, debajo de las mesas… Pero nunca quitaba ojo al pasillo que aún le quedaba por recorrer donde le esperaban el vestidor, el baño y la terraza.
Avanzaba lentamente por el pasillo y decidió entrar primero en el baño una vez comprobadas las puertas del vestidor cerradas. De nuevo, volvió a rozar el cuchillo por todos los lugares donde pudiera haber alguien escondido. Después de haberlos comprobado todos y no encontrar a nadie, se encaminó hacia el vestidor. Agarró fuertemente el cuchillo con la mano derecha, y la puerta con la mano izquierda; contó hasta tres para sí y abrió la puerta extendiendo el cuchillo bruscamente. No había nadie. El único sitio que le quedaba por revisar era la terraza.
Se aproximaba a la terraza, el corazón le latía más rápido a cada paso que daba, quería salir huyendo de allí pero el amor que sentía hacia su hermana se lo impedía. Entró en la terraza lentamente y se sorprendió al comprobar que no había nadie. De pronto, unas interferencias comenzaron a escucharse provenientes de los altavoces del ordenador, puestos a todo volumen. Comenzó a escucharse una voz entre aquellas interferencias, era muy psicotónica y aterradora, demasiado siniestra para ella, parecía que decía “Cuidado con él, cuidado con él”. Empezaron a abrirse ventanas en la pantalla del ordenador en la que aparecían fotos de su madre con un señor que ella desconocía, cartas de amor, calendarios con citas…
Emma salió de la habitación corriendo y bajando por las escaleras aterrada al no saber qué estaba pasando y recordando que se le había olvidado el cuchillo arriba y que tendría que recogerlo antes de que su madre llegara.
Tras varios minutos de angustia, pánico y terror junto a su hermana Nadia en el salón, Nadia decidió acompañar a Emma para recoger el cuchillo. Subieron lentamente las escaleras amarrándose tan fuerte las manos que en una situación normal estarían gritando por el dolor. Decidieron librarse del mal trago lo más rápido posible, así que corrieron a por el cuchillo, salieron de la terraza y cuando estaban a punto de llegar a las escaleras, a los pies de la cama de la habitación, vieron sentado a su padre, Charles.
Las niñas se quedaron paralizadas. No sabían qué hacer ni decir, a Emma se le escapó una lágrima por el rabillo del ojo mientras se repetía a si misma que aquello no podría ser real. Nadia quiso acercarse y comprobar si él estaba allí de verdad, tanto como a ella le parecía, cuando de pronto, Charles se levantó muy serio “Cuidado con él”. Justo en ese momento, la imagen tan nítida, real y perfecta que las niñas veían de su padre se desvaneció.
Todavía atolondradas, decidieron bajar, guardar el cuchillo y sentarse en el sofá a ver la televisión para despejarse un poco hasta que su madre llegara.
- Nadia, lo que ha sucedido hoy no puedes contárselo a mamá - dijo Emma muy seria.
- ¿Por qué no? – preguntó Nadia.
- Es algo complicado, además ella no nos creería. Quién sabe, a lo mejor si lo contamos asustamos al fantasma de papa y no quiera venir a vernos nunca más – contestó.
- Vale, no se lo contaré – dijo aún pensando en la respuesta de Emma.
Las dos hermanas continuaron viendo la televisión toda la tarde esperando la aparición de su madre.
Aquella tarde, Martine llegó a su casa en compañía de Antonie pensando que ya era hora de presentárselo a sus hijas tras varios meses de citas.
Cuando entraron por la puerta, las dos niñas, disimulando realmente bien todo lo que había ocurrido, los saludaron de forma muy agradable, al ver que su madre estaba contenta y había logrado rehacer su vida amorosa, aunque por dentro, a Emma todo aquello, no le daba muy buena espina y pensaba que la cara de Antonie le resultaba un tanto familiar.
Al poco tiempo, cayo en la cuenta de que se trataba del hombre que había visto en las fotos del ordenador y se llevó a su hermana Nadia disimuladamente para explicárselo.
- ¿Qué vamos a hacer? – preguntó Nadia un tanto nerviosa.
- De momento nada parece simpático y a mamá se le ve muy feliz con él – contestó Emma.
- Pero ¿y lo que dijo papá? – volvió a preguntar.
- No tenemos pruebas de que Antonie sea malo, puede que papá sólo esté celoso por el nuevo novio de mamá.
- Espero que sólo sea eso.
- Y yo también - dijo Emma un poco dubitativa.
Al día siguiente, Martine volvió a salir con Antonie y parecía que la situación se repetía cuando las dos hermana se volvieron a quedar solas en el salón. De nuevo, se empezaron a escuchar pasos arriba.
- ¿Qué hacemos? – preguntó Nadia.
- ¿Qué hacemos de qué? – dijo Emma.
- Con papá, nos está llamando, ¿no lo escuchas?
- Sí, ¿quieres que subamos?
- Sí, por favor, ven conmigo – dijo Nadia.
Al subir las escaleras, ya menos nerviosas que el día anterior, volvieron a ver allí sentado a su padre.
- Ayer conocimos a Antonie, ¿a él te referías con lo de tened cuidado? – dijo Emma con la confianza de que él le escuchara y respondiera.
- Sí, debéis tener cuidado con él – respondió Charles.
- Pero, ¿Por qué, papá? – Preguntó Nadia con curiosidad.
- Es un asesino y vuestra próxima víctima será vuestra madre, no quiero que os quedéis huérfanas. Tengo que irme, no dejéis que se acerque a vosotras más – dijo Charles muy serio y preocupado.
Nadia y Emma volvieron al salón muy preocupadas.
- ¿Tú crees que le pasará algo a mamá? – dijo Nadia.
- No lo sé - contestó Emma - esperemos a mañana de todas formas para intentar reunir algunas pruebas y estar del todo seguras.
Al llegar Martine y Antonie notaron a las niñas un poco preocupadas, aunque ellas insistían en negarlo y sólo comentaban algo de una película muy triste que habían visto.
Durante la cena, parecía que las niñas adquirieron un gran interés por Antonie, puesto que le acribillaban a preguntas sobre toda su vida.
Consiguieron averiguar que vivía a media hora de la ciudad en un pequeño pueblo, que estaba divorciado, que tenía dos hijos, que era médico y que en ese momento tenía mucho tiempo libre.
¿Cuántas mentiras habría dicho ese seños aquella noche?, se preguntaba Emma, deseosa de al día siguiente poderle contar lo averiguado a su padre.
Al día siguiente Nadia despertó a Emma diciendo que su madre no pensaba salir. Emma se levantó y animó a su madre para que se fuera a almorzar a un restaurante con Antonie, que se divirtieran, que todavía eran jóvenes. Martine sonrió y aceptó la propuesta de Emma.
Volvieron a quedarse las niñas solas y, en vez de pasos, esta vez comenzaron a oírse porrazos muy fuertes, rápidos, como si un torbellino hubiera entrado por la ventana.
Las dos hermanas corrieron arriba, su padre les esperaba de pie al final de la escalera.
- Vuestra madre está en peligro, llamad a la policía y acudid al parque Pompadour. Corred, puede que no quede mucho tiempo.
Emma y Nadia hicieron caso a las advertencias de su padre, llamaron a la policía, cogieron las bicicletas y fueron lo más rápido posible al parque.
Cuando llegaron, Antonie tenía agarrada a Martine por el cuello y empollaba una navaja sobre el cuello de ésta.
Nadia, inocentemente, dio un grito - ¡¡Mamá!!
Aquello delató la presencia de las niñas, la policía aún no había llegado cuando Antonie soltó a Martine y corrió hacia ellas. Martine, por supuesto, intentó frenarle, pero le resultó imposible.
Justo cuando iba a atrapar a Emma, apareció la policía en sus coches, armados y preparados para salvarles la vida. Antonie se rindió sin intentar tomarlas como rehenes.
Martine corrió a abrazarlas y les preguntó cómo habían sabido que estaba en peligro. Nadia y Emma se miraron sonrientes.
- Te lo contaremos los tres cuando lleguemos a casa - contestó Emma.
- ¿Los tres? – pregunto Martine.
- Sí, los tres – dijo Nadia.

Yolanda García Sánchez

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