lunes, 23 de noviembre de 2009

Beatriz

¡Oh! Cielo mío, qué brillante el resurgir del sol tras la ventana si es a tu lado, qué níveas las sábanas que nos envolvieron y acariciaron horas antes de nuestra sublimación de amor. Nada hay que pueda compararse a esta unión que ahora nos enlaza con la a tontas y a locas de jóvenes o la fría monotonía de matrimonios resignados. Todo es nuevo y familiar en una composición perfecta ¡Oh! Y qué feliz me hace. Ya no temo ni deseo nada más que estar a tu lado, Beatriz y mirar a tus ojos y que me devuelvan la mirada vivaces y azules. Porque si en algunos momentos me arrepiento de alguna acción del pasado me basta contemplar tu rostro, tan bello y puro como viva, para saber que obré bien. Y cuando recuerdo lo horrible que era antes ¡Dios mío! Y pensar que tan solo hasta hace dos semanas, nuestra relación se basaba en gritos, peleas, reproches, insultos, golpes… que nuestro lenguaje era cínico y maligno, y tus palabras se me clavaban como cristal afilado y me quemaban como aceite hirviendo. Ahora, todo es distinto, poético y bello. Hablamos mediante caricias como halagos y arañazos como pequeñas venganzas. A veces, cuando estoy dentro de ti y uno de tus órganos ya muertos cede a mis embestidas sé que me estás diciendo: !Sigue, sigue! ¡Casi me hiciste acabar! Como en los jóvenes años de noviazgo.
Y Dios me libre de haber deseado contra ti algún mal en toda nuestra vida en común, pero echo la vista atrás y… ¡Cuánto me alegro de que cayeses con esa extraña enfermedad! Aún por todo lo que sufrí por esa cruenta fiebre que te iba apagando poco a poco, hoy día me veo compensado con creces ¡Oh! Y cuanto te hubiera gustado tu funeral, todo onírico y bucólico, en la iglesia Sant Clement. Allí pensé que me moría, Beatriz, por primera vez tomaba conciencia real de que no podía vivir sin ti. Y es que no puedo, Beatriz, no puedo imaginar un amanecer sin estar a tu lado. Fue durante el funeral cuando ví que la muerte no te había cambiado un ápice, que seguías igual de bella y provocadora que siempre, que tus ojos azul cobalto no habían perdido su brillo. Pasé tres días sin dormir pues cada vez que cerraba los ojos solo te veía a ti, tan perfecta, sin que la fiebre hubiera hecho estragos en tu cuerpo. Y te imaginaba así, en tu ataúd, impoluta, demasiado bella para ser desaprovechada, y esa noche… ¡Oh! Esa noche, nuestra primera vez de esta nueva relación, qué grato recuerdo guardo de ella y de todas las que siguieron. Pero amanece y tengo que salir a trabajar, ahora por los dos. Y te aseguro, no dejaré de pensar en ti en todo momento. Solo algo me retiene ¿Sabrás esperarme, amada Beatriz?



José Carlos Jiménez Revuelta-1º BCT- B

No hay comentarios: