La lluvia caía como nunca antes la había visto y el viento hacía que golpeara los cristales, sonando como pisadas de espíritus andantes.
Nos dispusimos a cenar y, de pronto, una subida de luz y, a continuación, un apagón que nos dejó totalmente a oscuras. Sólo nos iluminaban los rayos que caían con toda su fuerza, con un ruido atronador que nos dejó boquiabiertos.
Precisamente esa mañana habíamos estado visitando el cementerio del pueblo y nos habíamos dedicado a leer todas las lápidas por las que íbamos pasando.
Decidí ir a mi dormitorio para acostarme, acompañada de un cirio que mi madre guardaba del velatorio de un familiar tristemente fallecido.
Cuando abrí la puerta del dormitorio, la ventana se abrió repentinamente y un viento helado y húmedo alcanzó mi rostro apagando mi luz.
De repente, se vinieron a mi pensamiento todas las imágenes macabras que había vivido esa mañana en mi visita: las lápidas que había leído, los árboles moviendo sus largas ramas que parecía que te iban a atrapar para meterte en un nicho, los angelotes de los niños difuntos... Tal fue mi pánico que, como pude, cerré la ventana y me acurruqué debajo de las mantas de mi cama. El sueño se había acabado y no podía dormir. Sonaron las tenebrosas campanadas de un reloj muy antiguo que había en el salón. Todo se quedó en silencio. De pronto, empezaron a sonar ruidos de pisadas en el techo del dormitorio, cuando lo que hay arriba es el tejado. Las cortinas parecía que se movían levemente y me dio la impresión que había alguien debajo de mi cama.
Empezó a recorrerme un sudor frío y un temblor por todo el cuerpo que hizo que saliera corriendo de la cama, descalza, pero cual fue mi sorpresa cuando no podía abrir la puerta.
Presa del pánico, empecé a llorar y a gritar llamando a mi madre, pero no me escuchó. Después de unos momentos, que me parecieron interminables, me di cuenta que había cerrado el pestillo de la puerta y esa era la razón de no poder salir.
Fuera ya, en el corredor, las ventanas se habían abierto y el viento había dejado caer algunos objetos de la mesa. El aire era frío como de muerte.
Cuando por fin pude llegar a donde dormía mi madre, la luz volvió y la tempestad se calmó.
Todo había sido una horrible pesadilla que jamás olvidaré.
Auxi Rebollo Corredera (2º ESO A)
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